Pérdidas.

El primer día sientes que te vas a morir, literalmente, de pena. Sientes que en cada lágrima que derramas se va una parte de ti, parece que te va a estallar la cabeza y los ojos se te hinchan.
Al día siguiente te despiertas como si estuvieras de resaca, no puedes con tu cuerpo y el dolor de cabeza sigue ahí. Pero ya no salen lágrimas, es como si te hubieras quedado sin ellas. 
No paran de venirte imágenes y momentos a tu cabeza, y el corazón se te encoje, como cuando tienes frío.
Porque estás acompañada pero te sientes sola. 
Pasaran los días, pasaran las semanas y la pena nunca se irá pero aprendes a vivir con ella. No le dejas que lo nuble todo, porque la vida sigue mereciendo la pena y nunca mejor dicho.
Hablo del duelo, de la pérdida.
Da miedo, te lo aseguro, no he sentido más miedo en mi vida. Porque hacerse a la idea de que ya nunca estará es lo más duro que he tenido que hacer en mi vida y ojalá sólo hubiera sido una vez. Pero es parte de la vida, unos se van y otros llegan.
Hace un par de semanas me tocó vivirlo de nuevo, y aunque se fue creo que me hizo un regalo enorme antes de marchar, esperó para que pudiera despedirme de él. Quizás no sea así pero os juro que fue como lo sentí.
A veces ni yo me entiendo, es como si en el fondo de mí estuviera triste pero sigo riendo, sigo yendo siempre con mi sonrisa en la cara, a veces creo que me he autoimpuesto ser así para no hundirme. Me permito llorar, me permito tener mis momentos malos pero no por mucho tiempo, me seco las lágrimas y vuelvo a reírme con cualquier tontería porque sé que así es como me recordaban a mí. 

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